Friday, June 26, 2009

La familia Alonso-Etcheverry fue fundada con la unión matrimonial de Robert Alonso y Siomara Etcheverry, en octubre de 1974 - Caracas, Venezuela

RECUERDOS DE 1998

Edades - Robert 49, Siomi 43, María Carolina 22, Carlos Alberto 19, Alejandro 6, Eduardo 4




Guateque en Daktari

Fernando y María Narvaez visitan Daktari por primera vez

Robert hospitalizado por la "come carne"

Paquito y Maria Luisa Villalvilla son entrevistados en Daktari

Comienzo de la construcción del pond de Daktari

Jardín Japonés casi listo

Beatriz trabajando en Daktari

Un gavilán visita Daktari

La despensa de Daktari


VIAJE A MIAMI


Ale y Kiko en el Wellesley Inn de Miami - Parte I

Ale y Kiko en el Wellesley Inn de Miami - Parte II

Paseo por los Everglades de La Florida

Recorriendo la ciudad de Miami

Recorriendo South Beach

Celebrando Halloween en Miami


Pecera de agua salada en Miami

PARROT JUNGLE DE MIAMI


Llegando al Parrot Jungle de Miami

Ale y Kiko con las guacamayas del Parrot Jungle

Siomi comprando tarecos en el Parrot Jungle

Los flamingos del Parrot Jungle

Paseando por los jardines del Parrot Jungle de Miami - Parte I

Paseando por los jardines del Parrot Jungle de Miami - Parte II

Haciendo monerías en el Parrot Jungle

Jardín de Infancia de los monitos del Parrot Jungle

Visita al Parrot Jungle

Show de los pájaros en Parrot Jungle de Miami

Show de los animales en el Parrot Jungle de Miami

Pet zoo del Parrot Jungle de Miami

VISITA AL MICCOSUKEE VILLAGE DE MIAMI


Llegando al Village

Paseando por la aldea

Tienda de los indios

Museo externo

Demostración de un cocodrilo

Silla de madera

DE REGRESO A VENEZUELA


Cumpleaños No. 22 de María Carolina

Primer día de clases de Ale y Kiko

Caracas en Navidad





COMIENZO DE LA CONSTRUCCIÓN DEL JARDÍN JAPONÉS



VISITA DE UN GAVILÁN LIBRE A DAKTARI


*Un caudillo con la cara pintada

*EL UNIVERSAL

Caracas, domingo 09 de agosto,* 1998
*Carlos Alberto Montaner

A Venezuela le está saliendo un caudillo. Los caudillos le salen a las sociedades como los golondrinos le salen a la gente en los sobacos. Y salen por las mismas razones: una severa infección que aflora en un punto del cuerpo cuando las defensas están bajas. El caudillo venezolano se llama Hugo Chávez y se hizo muy famoso en 1992 cuando organizó un golpe militar contra el gobierno legítimo de Carlos Andrés Pérez. El golpe fracasó, pero el intento bastó para hacerlo tremendamente popular entre muchos venezolanos. A las 72 horas de la asonada castrense, de acuerdo con las encuestas de la época, 65 por ciento de la población adulta decía respaldar al golpista. Hoy, a los seis años de aquella sangrienta aventura, Hugo Chávez amenaza con convertirse el próximo presidente de Venezuela, pero no para mantener las instituciones del país, sino para llevar a cabo la mítica revolución radical de izquierda, utilizando para ello los recursos del Estado de Derecho. Algo parecido a lo que Hitler y Mussolini hicieron en los años treinta en sus respectivas naciones.

Se servirá de los procedimientos democráticos para disolver el Parlamento y gobernar a su antojo por decreto. Naturalmente, hundirá al país en el horror y la violencia, pero eso es algo que la mayor parte de los venezolanos hoy son totalmente incapaces de percibir. Están demasiado entretenidos en luchar contra la inflación, el desempleo y la inseguridad ciudadana para preocuparse por la defensa de las libertades. Sufren y con razón la nostalgia de aquellos tiempos gloriosos en que un dólar valía cuatro bolívares, mientras ahora les cuesta quinientos. Tienen demasiada rabia contra los políticos y funcionarios corruptos, y demasiada indignación contra la ineptitud de la burocracia estatal, para detenerse a pensar en que Chávez, lejos de resolver los problemas del país, los agravará cruel e irresponsablemente, aunque sólo sea porque en su cabeza violenta y cuartelera no hay otra cosa que ideas insensatas extraídas de la mitología revolucionaria latinoamericana de mediados de siglo.

En un país que se muere de estatismo, Chávez aumentará el perímetro del Estado. En una sociedad agredida durante décadas por absurdos controles económicos, Chávez multiplicará los cerrojos y limitará aún más las libertades políticas. En una nación en la que el Estado de Derecho es casi una ficción, este presidente carapintada sustituirá cualquier vestigio de constitucionalismo que quede en pie por su omnímoda voluntad. "¿Cuál es nuestra Constitución?", se preguntaba en los años treinta el doctor Hans Frank, nazi notorio. Y enseguida se contestaba: "nuestra Constitución es la voluntad del Führer".

La Constitución de los venezolanos será la voluntad de Chávez. El caudillismo es eso: una abdicación de la soberanía popular, una transferencia de poderes. ¿Cómo saldrán los venezolanos de este atolladero? Por supuesto, muy magullados. Basta leer cuidadosamente los discursos de Chávez en La Habana, publicados en el periódico Granma, y los elogios que Castro le propina, para comprobar que este hombre no tiene la menor idea sobre cómo los pueblos crean riqueza y cómo la destruyen.

Si gana las elecciones, una vez instalado en Miraflores, en el mejor de los casos se comportará como Salvador Allende -un caotizador de izquierda- y en el peor, intentará hacer una revolución de corte estalinista semejante a la de su admirado vecino cubano. En ambas situaciones movilizará a sus partidarios y los encuadrará en formaciones cuasi militares para defender la revolución, arriesgándose a un peligroso enfrentamiento con el Ejército, donde siempre habrá algún Pinochet dispuesto a sacar los tanques a la calle para liquidar violentamente a quienes pongan en peligro la hegemonía de las Fuerzas Armadas. Esto es gravísimo. Los militares venezolanos pueden ser devastadores si se disponen a matar.

Hace años le pregunté a un general de ese país cómo habían controlado el "caracazo", los motines callejeros de la capital. Todavía recuerdo con cierto escalofrío su respuesta torva y sin emociones: "raspamos a mil coños de madre en una noche", dijo mientras aplastaba su cigarrillo en el cenicero con un gesto displicente. Así, innecesariamente, puede acabar este absurdo drama: millares de venezolanos "raspados", extirpados como verrugas por personas violentas de uno y otro bando que han sido incapaces de encontrar fórmulas para solucionar pacíficamente sus conflictos.

¿Hay maneras, todavía, de impedir esta catástrofe? Sí, si las fuerzas democráticas fuera capaces de pactar la gran coalición de la libertad, pero no sería honrado forjar esa alianza sólo para derrotar a Chávez en las urnas. Eso sería mezquino. Habría que proponer un plan realista y serio que les demuestre a los venezolanos que la respuesta a sus males está en la democracia y en el Estado de Derecho, y no en la acción de los caudillos fascistoides. No sólo se trata de salvar a Venezuela del daño que en el futuro puede hacerle Hugo Chávez. El objetivo también es salvar a Venezuela del daño que le han hecho en el pasado otros venezolanos que llegaron al poder sin la cara pintada.

Carlos Alberto Montaner / Agencia Internacional de Prensa